Un pequeño apartamento junto al río Manzanares se ha remodelado para acoger a los siguientes miembros de una familia que lleva habitando en él desde la construcción del inmueble en los años veinte. Compartimentado en distintas habitaciones como si de una residencia más holgada se tratase, sus reducidas dimensiones hacían necesaria una reforma completa a fin de liberar al máximo el espacio y hacer compatible las estrecheces de antaño con la nueva vida de una pareja y su perro.
Aunque muchas propuestas de vivienda esencial se fundamenten en un catálogo de soluciones móviles, empaquetables o mecanizadas, en su lugar el proyecto opta por buscar el confort de una casa más estática. Sin mobiliario activo, todo el espacio funcional y de almacenaje se concentra en los perímetros como un conjunto de armarios, encimeras y estanterías de fácil registro. En una estancia común para todo el programa, únicamente queda aislado el baño, que se reubica tras una puerta integrada entre anaqueles.
La presencia de un chopo de gran porte frente a las ventanas animaba a abrir generosamente la casa hacia él, para lo que se restituye la configuración original de los vanos y se reemplazan las carpinterías por otras de hoja única y al tiempo mejor estanqueidad. A la claridad del interior contribuye además una paleta neutra de materiales ―combinación de suelos cerámicos, madera lacada en blanco y azulejo para las zonas húmedas―, únicamente matizada por los seres y enseres llamados a colonizar la morada.
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