Las ruinas de dos antiguos almacenes contiguos, situados en el municipio de Barreiro en el distrito de Setúbal, se incorporan al proyecto como la envoltura exterior de la vivienda. El pasado industrial de esta zona frente al Tajo se evidencia en la pátina de los muros que conservan la huella del tiempo. La cara interior es blanca y luminosa, como el resto de la casa. Un espacio perimetral intermedio regula la transición entre la piel histórica y la vivienda que se construye dentro. En lo alto, la cubierta se dobla para formar la piscina, generando la sensación de que la losa ha cedido por el peso del agua. Este rotundo gesto es visible también desde el interior, ya que el vaso cóncavo de la piscina se convierte en el techo del salón. La imagen de colapso estructural que transmite esta ondulación dialoga con los muros preexistentes, e introduce una tensión espacial cargada de simbología, abstracción y sutileza. En esta misma línea, el encofrado del forjado se construye con costillas y tablillas de madera que recuerdan a las cuadernas utilizadas en las estructuras navales. El resto de las estancias se distribuyen a ambos lados de este espacio central, que cuenta además con dos tramos de escaleras escultóricas y un pequeño volumen exento con forma de casa arquetípica.
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